Desde que en 1988 me di a las faenas del arbitraje, siempre me hice la pregunta (ante el constante miedo escénico que me invadía) ¿Qué debo hacer y qué no debo hacer para no caer en este intento? Por supuesto había una gran ventaja para mí en estas lides ya que trataba de compaginar y sobrellevar las funciones de atleta y árbitro, cosa que pocos árbitros de la época y creo en esta época también conllevan. Saber lo que piensa un jugador práctico de alto rendimiento y compaginarlo con las reglas plenamente conocidas y comprendidas fueron un estímulo que me ha mantenido a lo largo de 30 años de ver acciones, opiniones, comentarios, diatribas, artículos de prensa, cambios de reglamentaciones coherentes e incoherentes, etc.